Al llegar a la puerta de la habitación de los niños, Zsadist volvió a comprobar por segunda vez si tenía la camisa apropiadamente metida dentro de sus pantalones de cuero, solo para estar seguro.
Mmm, amaba el aroma de esa habitación. En su mente lo llamaba Inocencia con Esencia de Limón. Dulce como una flor, pero sin ser empalagosa. Fresca.
Bella le apretó la mano y lo guió hasta la cuna. Rodeada de cintas de satén que eran más grandes que ella, Nalla estaba acurrucada de costado, sus brazos y piernas recogidos, sus ojos cerrados con fuerza como si estuviera esforzándose mucho, mucho, mucho por permanecer dormida.
En el mismo instante en que Z miró por encima del borde de la cuna, se movió. Hizo un pequeño ruidito. Aún dormida estiró la mano, no en dirección a su madre, sino hacia él.
—¿Qué quiere? —preguntó como un idiota.
—Quiere que la toques. —Cuando no se movió, Bella murmuró—: Suele hacer este tipo de cosas cuando duerme… parece saber quién está a su alrededor y le gusta que le hagan pequeñas caricias.
A favor de su
shellan, hay que decir que no lo forzó a hacer nada.
Pero Nalla no estaba contenta. Su manito y su bracito estaban estirados hacia él.
Z se limpió la mano en el frente de su camisa, luego la frotó un par de veces hacia arriba y hacia abajo sobre su cadera. Cuando la extendió hacia delante, le temblaban los dedos.
Nalla estableció la conexión. Su hija tomó su pulgar y lo sostuvo con tanta fuerza que él sintió un aguijonazo de puro y claro orgullo recorrerle el pecho.
—Es fuerte —dijo, sus palabras destilando aprobación por todas partes.
Junto a él Bella emitió un leve sonido.
—¿Nalla? —susurró él mientras se inclinaba. Su hija frunció los labios y le apretó aún más fuerte.
—No puedo creer cuanta fuerza tiene en el puño. —Dejó que su dedo índice acariciara suavemente la muñeca de su hija—. Suave… oh, Dios mío, es tan suave…
Nalla abrió los ojos. Y al enfrentar la mirada del mismo color dorado que la de él, se le detuvo el corazón.
—Hola…
Nalla parpadeó, le sacudió el dedo y lo transformó: todo se detuvo cuando movió no solo su mano, sino también su corazón.
—Eres igual a tu
mahmen —susurró—. Haces que el mundo desaparezca para mi…
Nalla continuó moviendo su mano y gorjeó.
—No puedo creer la fuerza de su agarre… —levantó la vista hacia Bella—. Es tan…
Las lágrimas caían por el rostro de Bella, y tenía los brazos alrededor de su pecho como si estuviera tratando de no romperse en pedazos.
Su corazón volvió a conmoverse, pero por otro motivo.
—Ven aquí,
nalla —dijo, alcanzando a su
shellan con la mano libre y apretándola contra él—. Ven aquí con tu macho.
Bella enterró el rostro en su pecho y le encontró la palma con la de ella.
Mientras Z permanecía allí, sosteniendo a ambas, su hija y su pareja, se sentía como un gigante, más veloz que su Porsche Carrera y más fuerte que un ejército.
Su pecho se agitaba con renovado propósito. Esas dos, eran ambas suyas. De él y sólo de él, y debía cuidarlas. Una era su corazón y la otra un pedazo de sí mismo, y lo completaban, llenando vacíos que no sabía que tenía.
Nalla miró a sus padres y el más adorable de los sonidos salió de su boca, una especie de,
Bueno, no es esto encantador, las forma en cómo se han solucionado las cosas.Pero entonces su hija extendió la otra mano… y tocó la banda de esclavo de su muñeca.
Z se puso rígido. No pudo evitarlo.
—Ella no sabe lo que son —dijo suavemente Bella.
Él inspiró hondo.
—Lo sabrá. Algún día sabrá exactamente lo que son.
Padre Mío, capítulo 8
Dentro de la Guía para Entendidos
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