13 mar 2010

Recuerdo de escena: La Hermandad acepta a Beth


En el instante en que apareció en el umbral de la puerta, cesó toda conversación. Todos giraron la cabeza, con los ojos fijos en ella. El rap se expandió llenando el silencio, los bajos retumbaban violentamente, la letra parecía una letanía de ritmo demoníaco.

Dios mío. Nunca antes había visto a tantos hombres corpulentos con ropa de cuero.

Dio un paso atrás justo en el momento en que Wrath se levantó de la cabecera de la mesa. Se dirigió hacia ella, mirándola con intensidad. Sin duda, había interrumpido alguna clase de rito masculino.

Trató de pensar en algo que decirle. Era probable que tratara de parecer un macho despreocupado delante de sus hermanos y quisiera hacerse el duro…

Pero Wrath la abrazó con delicadeza, hundiendo el rostro entre su cabello.

—Mi leelan —le susurró al oído. Recorrió su espalda arriba y abajo con las manos—. Mi hermosa leelan.

La apartó un poco y la besó en los labios, luego sonrió con ternura mientras le alisaba el cabello.

En el rostro de Beth apreció una enorme sonrisa. Al parecer, aquel hombre no tenía problemas en mostrar públicamente su afecto. Era bueno saberlo.

Ladeó la cabeza, y se asomó por un lado de su hombro.

Tenían bastante público. Y aquellos hombres se habían quedado boquiabiertos.

Casi se le escapa una carcajada. Ver a un grupo de sujetos con aspecto de violentos delincuentes sentados alrededor de una mesa con cubiertos de plata y porcelana ya resultaba bastante incongruente, pero verlos con aquellas caras de asombro parecía simplemente absurdo.

—¿No vas a presentarme? —dijo, asintiendo levemente hacia el grupo.

Wrath le colocó su brazo sobre los hombros, atrayéndola hacia su pecho.

—Ésta es la Hermandad de la Daga Negra. Mis compañeros guerreros. Mis hermanos —inclinó levemente la cabeza hacia el más guapo—. A Rhage ya lo conoces. También a Tohr. El de la perilla y la gorra de los Red Sox es Vishous. El Rapunzel de este lado es Phury —la voz de Wrath bajó hasta convertirse en un gruñido—: Y Zsadist ya se ha presentado a sí mismo.

Los dos a los que conocía un poco más le sonrieron. Los otros inclinaron la cabeza, excepto el de la cicatriz, que se limitó a mirarla.

Ese sujeto tenía un gemelo, recordó. Pero le resultó tremendamente difícil distinguir a su verdadero hermano.

Aunque el tipo del hermoso pelo y los fantásticos ojos color miel se le parecía un poco.

—Caballeros —dijo Wrath—, quiero que conozcáis a Beth.

Y luego volvió a hablar en aquel idioma que ella no entendía.

Cuando terminó, hubo una audible exhalación.

Él bajó la mirada, sonriendo.

—¿Necesitas algo? ¿Tienes hambre, leelan?

Ella se llevó una mano al estómago.

—¿Sabes? Ahora que lo pienso, sí. Tengo unas extrañas ganas de tocino con chocolate. Vete tú a saber.

—Yo te serviré. Siéntate —le señaló su silla y luego salió por una puerta giratoria.

Ella echó un vistazo a los hombres.

Grandioso. Allí estaba, desnuda bajo una bata, sola con más de quinientos kilos de vampiro. Intentar hacerse la indiferente era imposible, así que se dirigió con cierta inquietud a la silla de Wrath. No llegó lejos.

Las sillas fueron arrastradas hacía atrás, los cinco hombres se levantaron la unísono y empezaron a acercársele.

Ella miró hacía los dos que conocía, pero las severas expresiones de sus caras no la tranquilizaron.

Y, de repente, aparecieron los cuchillos.

Con un silbido metálico, cinco dagas negras fueron desenfundadas.

Ella retrocedió frenéticamente tratando de protegerse con las manos. Se golpeó contra la pared, y estaba a punto de gritar llamando a Wratg, cuando los hombres se dejaron caer de rodillas formando un círculo a su alrededor. Con un solo movimiento, como si hubieran ensayado aquella coreografía, hundieron las dagas en el suaelo a sus píes e inclinaron la cabeza. El fuerte sonido del acero al chocar contra la madera parecía tanto una primesa como un grito de guerra.

Los mangos de los cuchillos vibraron.

La música rap continuó sonando.

Parecían esperar de ella alguna respuesta.

—Hmm. Gracias —dijo.

Los hombres alzaron la cabeza. Grabada en las duras facciones de sus rostros había una total reverencia, e incluso el de la cicatriz mostraba una expresión respetuosa.

Y entonces entró Wrath con una botella de chocolate Hershey.

—Ya viene el tocino —sonrió—. Oye, les gustas.

—Gracias a Dios —murmuró ella, mirando las dagas.


pp. 316-318, capítulo 37, Amante Oscuro
© Copyright J.R. Ward

(Escena propuesta por Iris)

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