26 mar 2010

Wrath y el abrecartas


Publicado el 23 de julio de 2006

Quienquiera que dijera que no podía nevar en julio tenía la cabeza jodida.

Wrath se recostó en el trono y miró el montón de papeles que había ante si: Peticiones dirigidas hacia él como rey para intervenir en asuntos de civiles. Poderes legales para que Fritz realizara transacciones bancarias. La constante corriente de todas las «sugerencias útiles» de la glymera que solo le convenían a sus propósitos.

Era asombroso que la mesa del despacho pudiera sostener todo esto.

A su espalda, escuchó una serie de chasquidos metálicos y entonces con un zumbido las persianas se elevaron para pasar la noche. Junto con la elevación del acero llegó un estruendo bajo que retumbó, previo aviso de que una de las tormentas de verano de Caldwell se estaba alzando.

Wrath se echó hacia delante y recogió la lupa. La maldita cosa se estaba convirtiendo en una extensión de su brazo y lo odiaba. En primer lugar, la cosa de mierda realmente no funcionaba; no podía ver mucho mejor que cuando no la usaba. Y en segundo lugar, esto le recordaba que a todo efecto y propósito su vida había sido reducida a trabajo de escritorio.

Claro que un trabajo de escritorio lleno de propósito, honor y nobleza. Pero, aún así.

Distraídamente, recogió un abrecartas que llevaba el sello real y balanceó la punta sobre el dedo índice, suspendiendo la hoja del cuchillo de plata en el aire. Para hacer el juego más difícil, cerró los ojos y movió la mano alrededor, creando inestabilidad, probándose a si mismo, usando otros sentidos que no fueran sus débiles ojos.

Con una maldición, volvió a levantar los párpados. Cristo, ¿por qué estaba perdiendo el tiempo así? Tenía aproximadamente diez mil cosas que hacer. Todas eran urgentes…

Desde las puertas dobles abiertas del estudio, escuchó voces. Cediendo a la inusitada ola de aplazamientos, tiró el abrecartas sobre el montón de papeles que tenía que leer y salió. En la galería, plantó las manos sobre la frondosa barandilla dorada y miró hacia abajo.

Abajo en el vestíbulo, Vishous, Rhage y Phury se preparaban para salir, cotorreando mientras comprobaban las armas por segunda vez. Y alejado a un lado, Zsadist estaba apoyado contra una columna de malaquita, una shitkicker atravesada sobre la otra Tenía una daga negra en la mano que tiraba al aire volviéndola a agarrar cuando caía, una y otra vez. En cada viaje, la hoja atrapaba la luz emitiendo destellos azul marino.

Demonios, esas dagas que había hecho V eran fantásticas. Afiladas como una navaja de afeitar, perfectamente equilibradas, el mango perfilado con precisión para la sujeción solo de Z, el arma no era tecnología avanzada, estaba en estado de gracia: una simple configuración de acero que para la raza significaba la supervivencia.

Y para los lessers, Jódete, ten-un-agradable-viaje-de-regreso-hacia-el-Omega.

—Muévete —dijo Rhage mientras se dirigía hacia la puerta. Encabezando la marcha sobre los azulejos de mosaicos del vestíbulo, se movía con su típico caminar arrogante e impaciente, claramente ansiando la lucha que estaba jodidamente seguro que iba a encontrar, su bestia sin duda tan lista como él para una lucha cuerpo a cuerpo.

Vishous iba justo detrás de él, caminaba con movimientos fluidos y calma letal. Phury estaba igualmente sereno, su cojera no se notaba en lo más mínimo gracias a la nueva prótesis que utilizaba.

Espabilándose, Zsadist se separó de la columna y envainó la daga. El sonido del metal deslizándose contra el metal reverberó elevándose hacia Wrath como un suspiro de satisfacción.

Los severos ojos oscuros de Z siguieron el sonido que se elevaba. Bajo la luz que provenía de encima de él su cicatriz era muy perceptible, deformando el labio superior más pronunciadamente que nunca.

—Buenas tardes, mi señor.

Wrath lo saludó asintiendo con la cabeza hacia su hermano, pensando que la Sociedad Lessening se enfrentaba a un demonio en el cuerpo del macho que se encontraba de pie allí abajo. Incluso aunque Bella estaba en la vida de Z, siempre que iba a luchar, el odio regresaba. Con una desagradable aura, el calor se entretejía entre sus huesos y músculos, volviéndose indistinguible de su cuerpo humano, haciéndolo como siempre había sido: un salvaje capaz de cualquier cosa.

Sin embargo considerando lo que le habían hecho a la shellan del tipo, Wrath no lo culpaba por la rabia asesina. Ni en lo más mínimo.

Z caminó hacia la puerta y después se detuvo. Por sobre el hombro le dijo:

–Pareces tenso esta noche.

—Pasará.

La sonrisa que brilló fue un latigazo de agresión, para nada alegre.

—No puedo contar hasta diez durante mucho tiempo. ¿Y tú?

Wrath frunció el ceño, pero el hermano ya estaba en la puerta. Saliendo a la noche.

Cuando se quedó solo, Wrath se dirigió de regreso al estudio. Se sentó detrás del escritorio y su mano encontró el abrecartas, recorrió con el índice el borde romo, arriba y abajo. Mientras miraba la cosa, supo que alguien podría matar con ello. Solo que no con ninguna delicadeza.

Apretando el puño como si realmente fuera un arma, apuntó la cosa delante suyo, levantándola por sobre la montaña de papeles. Cuando se movió, los tatuajes de su antebrazo se estiraron, su cristalino linaje expuesto alto y claro en tinta negra. No es que pudiera leer la pureza de sangre impresa con aprobación.

Jesús, ¿qué coño hacía pudriéndose el culo en ese trono?

¿Cómo había pasado esto? Sus hermanos estaban fuera haciendo la guerra. Él estaba aquí sentado con un maldito abrecartas.

—¿Wrath?

Levantó la vista. Beth estaba en la entrada, llevaba puesto un par de viejos vaqueros recortados y una camiseta sin mangas. El cabello largo oscuro le sobrepasaba los hombros y olía como las rosas floreciendo de noche….rosas floreciendo de noche y el aroma de su vinculación.

Mientras la contemplaba, por la razón que fuera pensó en los ejercicios que se había impuesto en el gimnasio… aquellas intransigentes ruedas de hámster, masturbaciones del cuerpo entero que no lo llevaban a ninguna parte.

Dios… había filos que no podías atenuar ejercitando en una rutina fatigosa. Había cosas que faltaban aunque te agotaras hasta que el sudor corriera tan rápido como la sangre por tus venas.

Sí… antes de que te dieras cuenta, habías perdido el filo. Pasabas de ser una daga a ser un ornamento de escritorio. Castrado.

—¿Wrath? ¿Estás bien?

Asintió con la cabeza.

–Sí. Estoy tranquilo.

Los ojos azules se entrecerraron y el color le sorprendió al ser el mismo que la hoja de la daga de Z atrapando la luz: Azul medianoche. Hermoso.

Y la inteligencia que se veía en ellos era tan afilada como esa arma.

—Wrath, habla conmigo.


En el centro de la ciudad en la calle Décima, Zsadist trotaba por el pavimento rápido como la brisa, silencioso como un fantasma, un espectro vestido de cuero rastreando a su presa. Había encontrado las primeras piezas de caza de la noche, pero en ese momento tenía el cuerpo completamente dominado, conteniéndose, esperando hasta que tuviera un poco de intimidad.

La Hermandad no luchaba frente a ningún público. A menos que fuera absolutamente necesario.

Y esta pequeña juerga inminente iba a hacer un poco de ruido. Los tres lessers que estaban delante de él eran primes, todos pálidos, esperando el momento de entrar en acción, moviéndose con un ritmo mortal de fuertes cuerpos sobre tierra firme.

Por el jodido bien, tenía que llevarlos hacia un callejón.

Mientras todos seguían caminando, la tormenta estiró los brazos y comenzó palpitar en la noche, los relámpagos brillando intermitentemente, los truenos maldiciendo. El viento corrió velozmente calle abajo entonces saltó y cayó, formando ráfagas que empujaron y después se aplacaron contra la espalda de Z.

Él se dijo que tenía que tener paciencia, pero sentía que contenerse era un castigo.

Salvo que en ese momento, como un regalo de la Virgen Escriba, el trío dobló entrando en un callejón. Y se dieron la vuelta para enfrentarlo.

Ah, entonces esto no había sido un regalo o suerte. Sabían que había estado tras sus traseros y habían buscado algún rincón oscuro donde hacer sus negocios.

Sí, pues, era hora de bailar el vals, cabrones.

Z desenfundó la daga y se puso a trotar, desencadenando el primer disparo que daba comienzo a la lucha. Mientras avanzaba, los lessers retrocedieron, desapareciendo al internarse más profundamente en el largo callejón, pensando que las sombras eran necesarias para ocultar lo que estaba a punto de pasar de los ojos humanos.

Zsadist se fijó como objetivo al asesino de la derecha porque el bastardo era el más grande y tenía el cuchillo más grande por lo que desarmarlo era una prioridad táctica. Era también algo que Z simplemente deseaba hacer.

Su ímpetu lo llevó a correr más y más rápido hasta que apenas rozaba el suelo, las shitkickers casi no tocaban el pavimento. Mientras se adentraba, era como el viento, arrastrando, avanzando precipitadamente, barriendo con todo lo que tenía por delante.

Los lessers se prepararon, cambiando de posiciones, agazapándose para el choque, de manera que el tipo grande lo enfrentaba y los otros dos lo flanqueaban.

En el último momento, Z se dobló como una bola y rodó sobre el asfalto. Entonces saltó y dirigió la daga, penetrando al lesser que hacía de defensa en la tripa, abriendo al bastardo como a una almohada. Hombre, las cavidades abdominales eran siempre un asusto sucio, aunque no comieras y el asesino cayó como una cascada de sangre negra.

Lamentablemente, en el camino hacia su sucio sueñecito, logró cortar a Z con la navaja justo en el cuello.

Z sintió como se le rajaba la piel y como la vena comenzaba a gotear, pero no había tiempo para ponerse a pensar en la herida. Se concentró en los otros dos asesinos, y liberó la segunda daga de manera que se convirtió en una máquina rebanadora con dos puños. La lucha entró en territorio difícil rápidamente y cuando le abrieron una segunda herida en el hombro, pensó que podría necesitar que alguien lo viniera a recoger al final de la pelea.

Especialmente cuando una larga cadena de acero serpenteó alrededor de su cuello y la apretaron como una llanta metálica. Con un tirón, fue derribado y cayó de espaldas con tal fuerza que sintió como si le hubieran perforado el cuerpo. Todo el aire abandonó sus pulmones ante aquel aviso de desahucio y se mantuvo fuera, su caja torácica negándose a expandirse sin importar cuanto abriera la boca.

Justo antes de desmayarse, pensó en Bella y el pánico de abandonarla le dio el choque de carro de reanimación que necesitaba. Su esternón se elevó hacia el cielo, haciendo entrar aire con tanta fuerza que la mierda recorrió el camino hacia abajo hasta sus pelotas. Y justo a tiempo.

Cuando los dos lessers cayeron sobre él, se giró hacia un lado y de alguna manera logró equilibrarse. Guiándose por el instinto y la experiencia, le pegó un desgarrón al primero de los asesinos, con una clásica llave cruzada de dos dagas logrando casi decapitarlo. Luego apuñaló al otro en el oído, dejándolo inconsciente.

Excepto que entonces aparecieron cuatro más: habían llegado refuerzos, todos encantados y frescos, listos para trabajar.

Z estaba metido ahora en un jodido territorio.

Envainó una daga y cogió una de las SIG, aunque el arma haría ruido. Y le daría un pellizco a su orgullo. Estaba quitando el seguro cuándo vio brillar un par de pálidas luces verdes gemelas, al fondo del callejón.

Cuando los lessers se paralizaron, se dio cuenta claramente que también lo habían notado.

Z blasfemó. Apostaba dólares contra capullos, que eso era algún nuevo tipo de faros de xenón y estaban a punto de recibir la visita de una camioneta cargada de chismosos.

Pero entonces la temperatura ambiental bajó veinte grados. Así de fácil. Como si alguien hubiera descargado dos toneladas de hielo seco allí detrás y hubiese golpeado la mierda con un ventilador industrial.

Zsadist echó la cabeza hacia atrás y se rió con fuerza y largamente, el poder regresaba a su cuerpo incluso con la garganta cortada y el hombro goteando. Cuando la lluvia comenzó a caer, definitivamente chisporroteó con agresividad.

Evidentemente los lessers pensaron que estaba chiflado. Pero entonces un relámpago estalló y volvió el callejón tan claro como si estuvieran a plena luz del día.

Revelando a Wrath a lo lejos, sus sólidas piernas plantadas en el suelo como troncos de roble, los brazos extendidos hacia fuera como rayos, el viento de la tormenta azotándole el cabello largo hasta la cintura haciéndolo volar a su alrededor. Los brillantes ojos eran una llamada rugiente de la muerte en la noche, los blancos y afilados colmillos, eran visibles a metros y metros de distancia. En sus manos tenía las estrellas lanzadoras que eran su marca registrada, en sus caderas llevaba las Berettas… y atravesándole el pecho, entrecruzadas con los mangos hacia abajo, llevaba las dagas, las dagas negras de la Hermandad, las armas que no había usado desde su ascensión.

El rey había salido a matar.

Zsadist echó un vistazo a los lessers, uno de los cuales estaba llamando por teléfono para que enviaran más refuerzos.

Hombre, pensó Z, estaba tan listo para regresar al juego.

Wrath y él nunca habían luchado juntos antes, pero lo harían esta noche. E iban a ganar.


Mucho más tarde, de regreso en la casa grande, Beth se paseaba por la sala de billar. A lo largo del transcurso de la noche, había convertido la mesa de billar en el centro del universo: el cuadrado de fieltro verde con sus bolsas y las bolas del color del arco iris eran el sol de su sistema solar y giró y giró a su alrededor…

Dios. No sabía como Mary y Bella lo manejaban… sabiendo que sus hellrens estaban allí fuera en esa maligna noche luchando contra un enemigo interminable, un enemigo con armas que no solo mutilaban, sino que también mataban.

Cuando Wrath le dijo lo que quería hacer, lo que necesitaba hacer, había tenido que obligarse a no gritarle. Pero Cristo, lo había visto en una cama de hospital, conectado a cables, máquinas y tubos, herido, muriéndose, oscilando entre la vida y la nada.

Tenía cero interés en volver a vivir aquella pesadilla.

Claro que había hecho lo posible por tranquilizarla. Y le dijo que tendría cuidado. Y le recordó que había luchado durante aproximadamente trescientos años y había sido entrenado, perfeccionado y criado para esto.

Pero ¿tenía todo eso alguna importancia? Ella no estaba pensando en los tres siglos durante los cuales él había regresado a casa a salvo al romper el alba. Estaba preocupada acerca de esta noche en particular cuando podía ser que él no lograra volver. Después de todo, era carne, sangre y tenía un temporizador en su vida, un temporizador que podía llegar a cero en el transcurso de un momento. Todo lo que se necesitaría era una bala en el pecho o en la cabeza o…

Miró hacia abajo y comprendió que ya no se estaba moviendo más. Lo que claramente tenía sentido. Evidentemente, sus pies acababan de superpegarse al suelo.

Obligándolos a empezar a andar otra vez, se dijo que él era lo que era: un guerrero. No se había casado con un maldito tipo afeminado. Aquella sangre guerrera estaba en él y había estado encadenado en la casa durante todo el año pasado entonces era inevitable que estallara.

Pero oh, Cristo, tenía que salir por ahí a…

El reloj de pie comenzó a sonar. Las cinco en punto.

Por qué no habían regresado…

La puerta del vestíbulo de abrió y oyó entrar a Zsadist, Phury, Vishous y Rhage. Las profundas voces brincaban, las palabras eran firmes llenas de poder y vida. Estaban excitados por algo, animados.

Seguramente si Wrath estuviera herido no se comportarían así. ¿Verdad? ¿Verdad?
Beth fue hacia la puerta… y tuvo que agarrarse del marco. Z estaba sangrando, el jersey de cuello alto estaba empapado con un torrente rojo, las dagas también estaban húmedas y brillantes. Pero era como si no lo notara. Su rostro brillaba, una chispa encendía aquellos ojos suyos. Infiernos, se movía como si tuviera dos picaduras de bichos en vez de tener dos heridas abiertas.

Sintiéndose mareada, por que sintió que alguien debía estarlo en su nombre, observó como los cuatro se dirigían hacia la puerta escondida debajo de la escalera. Sabía que iban directos hacia la sala de primeros auxilios del centro de entrenamiento y se preguntó como se sentiría Bella si viera a Z así. Pero, bueno, conociendo a los hermanos, no tendría la oportunidad. Los machos emparejados de la casa siempre tenían cuidado de coserse y limpiarse antes de encontrarse con sus shellans.

Incapaz de soportarlo por más tiempo Beth entró al vestíbulo.

—¿Dónde está? —dijo en voz alta.

El grupo se detuvo y enmascararon las caras tensas, como si no quisieran ofenderla por lo excitados que estaban.

—Llegará en cualquier momento —dijo Phury, con una expresión amable en los ojos amarillos, y una sonrisa aún más amable—. Está bien.

Vishous sonrió enigmáticamente.

—Está más que bien. Esta noche está vivo.

Y entonces la dejaron sola.

Justo cuando estaba a punto de enfadarse, la puerta del vestíbulo se abrió y una rápida ráfaga de frío se desplegó a través del vestíbulo como si se desenrollara una manta.

Wrath entró en la mansión y a ella se le agrandaron ojos. No lo había visto irse antes, no había sido capaz de mirarlo, pero ahora lo vio.

Cristo Santo ahora sí que lo veía.

Su hellren estaba tal y como lo había conocido la primera noche que había entrado en su viejo apartamento: una amenaza mortal vestida de cuero negro, las armas atadas con correas a su cuerpo tan fundamentales como sus pies o sus músculos. Y vestido para la guerra, irradiaba poder, del tipo que rompía huesos, cortaba gargantas y ensangrentaba caras. En su atuendo de guerrero, era un horror, una pesadilla… y sin embargo era el macho que amaba, con quien se había emparejado y que siempre dormía a su lado, quien la alimentaba con su mano, que la abrazaba durante el día, que se le entregaba en cuerpo y alma.

La cabeza de Wrath se giró sobre su grueso cuello hasta que estuvo mirándola fijamente. Con la voz distorsionada, una que apenas reconoció de tan baja que era, le dijo:

—Tengo que joderte ahora mismo. Te amo, pero esta noche necesito joderte.

Ella tuvo un solo y único pensamiento: Correr. Corre por que él desea que lo hagas. Corre por que él desea perseguirte. Corre por que estás un poco asustada de él y eso te excita como el infierno.

Sabiendo que el olor de su excitación se propagaba, Beth levantó el vuelo con los pies desnudos, como un relámpago, fue hacia las escaleras, comenzó a subirlas rápidamente, las piernas eran un borrón. A los pocos segundos, lo escuchó detrás suyo, sus shitkickers golpeando como truenos, la erótica amenaza que representaba avanzado hacia ella, atrayéndola hasta que no pudo respirar y no debido al esfuerzo, sino debido a que sabía lo que vendría tan pronto como él le pusiera las manos encima.

Cuando llegó al segundo piso, eligió un pasillo al azar, no sabiendo hacia donde se dirigía, sin preocuparse por ello. Cada metro que cubría, Wrath se le acercaba… podía sentirlo cerca de sus talones, una ola a punto de arrastrarla, de caer con estrépito sobre ella, de barrerla y sujetarla.

Irrumpió en la sala del primer piso…

Él la agarró del cabello y el brazo, haciéndola girar, haciéndola tropezar, enviándola al suelo.

Justo antes de que impactara, él giró el cuerpo absorbiendo la caída y amortiguándola. Mientras luchaba por levantarse, tuvo el débil pensamiento de que estaba boca arriba sobre el, el pecho de él bajo sus hombros, su erección donde tenía que estar.

Y luego ya no pensó más.

Las piernas de Wrath se dispararon hacia arriba y las unió alrededor de sus espinillas, abriéndole las piernas ampliamente, atrapándola. Con implacable autoridad, disparó la mano metiéndola entre sus muslos y cuando él averiguó exactamente lo excitada que estaba, ella se arqueó con un grito. Cuando dejó de luchar, delante suyo, las puertas dobles se cerraron de golpe y luego la hizo rodar, poniéndola de cara contra el suelo. La montó, sujetándola en el lugar por la nuca y la forma en que se sentaba a horcajadas sobre sus piernas. De cerca, olía a sudor limpio, al aroma de la vinculación, al cuero de la ropa y a la muerte de sus enemigos.

Ella casi se corrió.

Wrath respiraba tan fuerte como ella cuando la arrastró hacia atrás y rasgó sus viejos pantalones por la entrepierna, la desgastada tela cediendo como si no se atreviera a desobedecerle.

Jesús, sabía como se sentía esa tela.

El fresco aire le golpeó el trasero mientras que con los colmillos mordía un lado de las bragas y después se escuchaba el sonido de una cremallera. Con las manos le puso las caderas en la posición adecuada y la cabeza de su miembro cayó hacia abajo sobre lo que lo estaba esperando, lo que le pertenecía para que lo tomara.

Entró en ella de un golpe, empujando, duro como una tabla, amplio como un puño.

Beth extendió las manos sobre el mármol cuando se cerró sobre su cuerpo y comenzó a bombear repetidamente con un ritmo feroz, ciento veintisiete kilos de sexo cubriéndola por todas partes, estirándole su interior. Sus palmas rechinaron contra el mármol cuando le llegó el primero de los orgasmos.

Todavía estaba sintiendo el clímax cuando le sujeto con fuerza la barbilla y retorció su boca. Su ritmo era tan duro que no podía besarla.

Entonces siseó y directamente le mordió la yugular.

Cuando comenzó a alimentarse se congeló a mitad de una embestida, chupando con fuerza, tirando de su vena con una supremacía salvaje. El dolor formó remolinos y hormigueó por su cuerpo, mezclándose con el final del orgasmo, desatando una nueva ráfaga de placer. Y luego estaba montándola otra vez, la parte inferior de su vientre frotándole el trasero, las caderas palmeando contra ella, el gruñido de un amante…

Y de un animal.

Él rugió con fuerza como una bestia cuando comenzó a correrse, su erección agitándose dentro de ella como algo viviente con voluntad propia. El aroma de la vinculación se hizo aún más penetrante mientras la llenaba, sus pulsaciones eran calientes como rescoldos, espesas como la miel.

En el instante en que terminó, la giró y se colocó entre sus piernas, su sexo brillante y orgulloso, completamente erecto. Aún no había acabado con ella. Enlazando el antebrazo tatuado detrás de una de sus rodillas, tiró de la pierna levantándola en alto y entró en ella de frente, sus enormes brazos anudándose mientras se sostenía a si mismo por encima de su cuerpo. Mientras la miraba fijamente, su cabello cayó hacia adelante, grandes cascadas de color negro que caían desde el pico de viuda de su frente y se enredaban entre las armas que llevaba en el cuerpo.

Sus colmillos se habían alargado tanto que no podía cerrar la boca y cuando destrabó la mandíbula y se preparó para morderla otra vez, ella tembló. Pero no de miedo.

Éste era el filo crudo, su verdadero yo que había debajo de la ropa y la vida cotidiana que llevaba. Éste era su compañero en su más pura y destilada esencia: Poder.

Y Dios, lo amaba.

Especialmente así.


Wrath estaba tomando a Beth con frenética acción, su polla dura como un hueso, sus colmillos como clavos de marfil hundidos profundamente en su cuello. Ella era todo lo que necesitaba y querría alguna vez: el suave aterrizaje para su agresividad, el sexo femenino apretándolo, el amor que le hechizaba y capturaba.

Él era la tormenta avanzando amenazadoramente sobre ella; ella era la tierra con la fuerza para tomar lo que él tenía que dejar salir.

Cuando ella cantó nuevamente con su cuerpo fragmentándose por el placer, se lanzó de la cornisa y fue volando a su encuentro. Sus pelotas apretadas con fuerza y el orgasmo saliendo disparado fuera de él… bang, bang, bang, bang…

Liberando su vena, se derrumbó entre su cabello estremeciéndose y temblando.

Y luego lo único que se oía eran sus violentas respiraciones.

Mareado, liberado, saciado, levantó la cabeza. Luego el brazo.

Se mordió su propia muñeca y la llevó a sus labios. Mientras se alimentaba silenciosamente, le acarició el cabello con mano suave y sintió el jodido y estúpido impulso de derramar lágrimas como un debilucho.

Cuando sus ojos azul oscuro se levantaron encontrando los de él, todo desapareció. Sus cuerpos se desmaterializaron. La habitación donde estaban dejó de existir. El tiempo se convirtió en nada.

Y en el vacío, en el agujero negro, el pecho de Wrath se abrió de igual forma que si le hubieran disparado un tiro, un dolor lacerante lamió sus terminaciones nerviosas.

Supo entonces que había muchas formas de que se rompiera un corazón. A veces ocurría porque la vida te arrollaba, la comprensión de la responsabilidad, las obligaciones de nacimiento y la carga te apretaba hasta que no podías respirar más. Incluso aunque tus pulmones funcionaran bien.

Y a veces sucedía por la crueldad azarosa de un destino que te alejaba de donde habías pensado que terminarías.

Y a veces era la edad ante la juventud. O la enfermedad ante la salud.

Pero a veces era solo porque al mirar en los ojos de tu amante, la gratitud por tenerlos en tu vida te abrumaba… por que al mostrarles lo que había en tu interior no salieron corriendo asustados ni te dieron la espalda, te aceptaban, te amaban y te abrazaban en medio de tu pasión o de tu miedo… o la combinación de ambas.

Wrath cerró los ojos y se concentró en los suaves tirones en su muñeca. Dios, eran iguales al latido de su corazón. Tenía sentido.

Por que ella era el centro de su pecho. Y el centro de su mundo.

Abrió los ojos y se sumergió en toda aquella medianoche azul.

—Te amo, leelan.

© Copyright J.R. Ward

1 comentario:

Ade dijo...

Oh, Dios mío, que maravilla.
¿Cómo no voy a estar enamorada de este hombre? Es la bomba

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